La Nación, 6 de mayo de 2019
Urge reducir tiempos y trabas para un trámite en el que la vida de los padres que desean dar amor y la de los niños que ansían recibirlo no pueden esperar
Un reciente informe del Ministerio Público Tutelar porteño refleja el deficiente funcionamiento del instituto de la adopción en nuestro país, especialmente en lo referido a la cantidad de niños mayores de un año que no encuentran adoptantes y a quienes el tiempo les va jugando en contra, pues a medida que crecen resulta más difícil que encuentren adoptantes.
Las cifras que se manejan hablan de 2300 niños en condiciones de ser adoptados. De ellos, solo el 30% tienen menos de 5 años; el resto están comprendidos entre los 6 y los 17. A su vez, existen 4580 legajos de adoptantes, que incluyen parejas heterosexuales, homosexuales y casos monoparentales. Mientras el 90% aspiran a recibir niños de menos de un año, el informe subraya la invisibilidad que padecen los niños mayores y los adolescentes, frente a lo cual es necesario difundir el verdadero sentido de la adopción, que pretende dar un hogar a un niño y no exclusivamente satisfacer los deseos de paternidad de quienes adoptan.
Sería ideal que ambas aspiraciones coincidan, pero no deberían excluirse. El deseo de la mayoría de los adoptantes es que la adopción se parezca a la filiación natural, al punto de inclinarse por adoptar bebés. Lo innegable es la presencia de una auténtica necesidad de amar, de dar ternura en el seno de una familia, ayudando a desarrollar una vida y enriqueciéndose mutuamente con este milagro afectivo. Quien generosamente se vuelca a adoptar a un niño con discapacidad o a un niño adolescente sabe que deberá enfrentar dificultades, pero también sabe que, ante las innumerables dificultades que afrontará el adoptado, el amor de una familia lo ayudará a desarrollarse en plenitud y a satisfacer la necesidad que todos los humanos tenemos de amar y ser amados.
Lamentablemente, el trámite sigue siendo por demás complicado, los obstáculos se multiplican y el desaliento se instala entre los aspirantes. El Estado por un sinnúmero de razones, algunas valederas, otras políticas, ideológicas o fundadas en la incapacidad para delegar funciones ha establecido una serie de regulaciones que desaniman o dificultan la posibilidad de adoptar.
Una medida que no favorece al niño es la obligatoriedad de una revinculación con la familia de origen del menor. Nadie pondría en duda el sano afán de procurar mantener ese vínculo, pero nunca a costa del niño. Muy a menudo se rechazan adopciones y se insiste dramáticamente en mantener a los niños en su familia de origen a pesar del maltrato, del abandono y de la virtual imposibilidad de criar el niño en la familia natural en condiciones razonables. Hoy se admiten adopciones que mantienen el contacto, con adecuados regímenes de comunicación con los padres naturales, que concilian eficazmente todos los intereses en juego y, en especial, los que deben ser privilegiados: los del niño.
Otro obstáculo lo constituyen los plazos que lleva el proceso administrativo judicial que supone una adopción. En un editorial anterior sobre este tema, calculamos que el tiempo que teóricamente involucra el proceso promedia los 475 días.
Además de insistir en la deficiente difusión respecto de cuántos niños mayores aguardan una familia, también se ha de ahondar en información sobre los candidatos a ser adoptados, su perfil, posibilidades y antecedentes. Deberían también reverse cuestiones como la distorsión ideológica en la materia, que lleva a pensar que el Estado es el más eficaz e idóneo para encargarse de una cuestión tan sensible, que debe centralizar y no delegar. También habrá que sopesar debidamente los intereses en torno a los institutos y hogares que reciben aportes estatales. El temor a equivocarse en materia tan delicada termina multiplicando recaudos que pierden de vista que el objetivo final es el bienestar del niño. Ha de considerarse también la importancia del apoyo económico oficial a los adoptantes de niños adultos o con discapacidades. No resulta fácil de entender por qué cuando los juzgados publican un llamado solidario a adoptar se presentan muchísimos candidatos no solo para niños mayores, grupos de hermanos e incluso para pequeños enfermos o con alguna discapacidad. ¿Por qué no publicar, entonces, los perfiles de los adolescentes que buscan padres adoptivos?
Basta darse cuenta de que la demora en los trámites y las largas esperas de los candidatos a ser adoptados son dos caras de una misma moneda: a mayor lentitud, mayor espera en tiempos de crianza y amor que se pierden.
Hace falta una campaña pública intensa y bien pensada, que, por un motivo o por otro, no se concreta. Una adopción involucra una decisión de enorme responsabilidad. Nadie osaría discutirlo. Pero a la hora de pensar en los niños debemos preguntarnos si no se pueden agotar las instancias para que este largo e intrincado trámite, cuyos protagonistas son muchas veces chicos en situación de abandono o de altísimo riesgo, pueda resolverse debidamente en menos tiempo.
Los especialistas tienen la palabra; los legisladores, la responsabilidad. Es a todas luces imperioso y urgente que la suma de voluntades y compromisos en una causa como esta alcance difusión, reduzca los tiempos y elimine la mayor cantidad posible de trabas. La vida de los padres que desean dar amor y la de los niños que ansían recibirlo no esperan
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