La Nación, 26 de Mayo de 2023
Fabián es una de las personas que van a un taller judicial para familiares que ejercen maltrato, fue derivado a uno de los talleres de “Vínculos saludables y crianza responsable” que lleva adelante el Ministerio Público Tutelar porteño. El espacio nació en septiembre de 2021 y por él han pasado unas 180 personas, principalmente padres y madres, responsables de la crianza de unos 500 chicos y chicas, que ejercieron algún tipo de violencia sobre ellos
Cuando empieza a desandar las razones que lo fueron llevando a descargar sus enojos y frustraciones sobre sus hijos, Fabián llega hasta su propia infancia. “Yo crecí en el seno de una familia en la que se imponía el que gritaba más fuerte y en la que se educaba a base de chirlos”, reconoce. Así fue que, sin pensarlo, comenzó a replicar aquellas viejas prácticas sobre lo que más ama, sus hijos de 4 y 7 años.
Sobre aquellos métodos que él había normalizado se montaron, además, sus frustraciones laborales y económicas. Bastaba con que cualquier situación, por más mínima que fuera, se saliera de lo que él esperaba para que se desatara su ira. A veces, podía ser que un compañero suyo faltara al trabajo y eso lo sobrecargara a nivel laboral. Otras, que su hijo mayor trajera una mala nota de la escuela. En cualquier caso, lo que se desataba era una ira de tales dimensiones que se descargaba principalmente sobre sus hijos mediante gritos, pero también con golpes y empujones.
Cuando los mira en retrospectiva, esos recuerdos, asegura, le duelen doblemente. No solo porque lamenta haberse convertido en un monstruo para sus hijos, sino también porque reflejan vivencias suyas en las que, en lugar de ejercer las violencias, era él quien las recibía. Hoy puede ver con claridad que muchas de las situaciones que les hizo sufrir a sus hijos tuvieron su germen en el pasado. Como, por ejemplo, las incontadas veces que, tras descargar su enojo, le dijo a su hijo lo mismo que le decía su padre: “No llores, los hombres no lloran”.
Durante largas décadas, frases como: “A golpes se educa”, “La letra con sangre entra” o “Más vale un golpe a tiempo que una vida de lamentos” naturalizaron el uso de golpes, chirlos, cachetadas o empujones como una manera de disciplinar a los hijos.
Estas formas de maltrato disfrazadas de crianza, contrarias a la Convención de los Derechos del Niño y a la Ley de Protección Integral de los Derechos de NIños, Niñas y Adolescentes, hoy siguen vigentes, aunque de manera más solapada. La muerte de Lucio Dupuy, el niño de cinco años asesinado por su madre y la pareja de la mujer, dejó en evidencia lo desprotegidos que están los más chicos ante este tipo de prácticas que persisten, sólo que de manera menos visible.
Según el informe “Retorno a la senda de privaciones que signa a la infancia argentina”, Barómetro de la Deuda Social Argentina de la UCA, publicado hace 10 días, uno de cada cinco niños, niñas y adolescentes de hasta 17 años (el 22%) recibió algún tipo de violencia física por parte de sus padres o cuidadores como forma de disciplinamiento. De todos ellos, los más pequeños son los más expuestos a este tipo de violencia: la cifra asciende al 29% entre bebés, niños y niñas de hasta 4 años. Es decir, casi uno de cada tres niños de esas edades.
El hecho de que muchos de ellos no sepan hablar y no puedan pedir ayuda es, para Pilar Molina, secretaria general de gestión del Ministerio Público Tutelar, una particularidad que los vuelve todavía mucho más vulnerables, ya que la mirada del Estado para prevenir esas situaciones está mucho más mediada por sus padres. “Durante la primera infancia, los chicos tienen menos posibilidades de que alguna otra persona, ya sea en la escuela, durante los controles de salud o en el marco de actividades recreativas en clubes, pueda detectar que son víctimas de violencia”, contextualiza la especialista.
De los casi 40 mil llamados recibidos por la línea nacional 102 de escucha, contención y acompañamiento de niños, niñas y adolescentes durante 2022, más de la mitad (21.320) hizo referencia a situaciones de violencia. Dentro de ese universo de pedidos de auxilio, los llamados relacionados específicamente con violencia física encabezaron la lista y representaron el 21,3% de ese total, es decir, 4541 llamados.
Del total de llamados, la mayor parte requirió la intervención de algún otro organismo dedicado a la protección de los derechos de los niños, niñas y adolescentes: unos 23.770. El resto recibió orientación o asesoramiento en relación con su llamado sin que fuera necesario articular con ninguna otra organización.
La línea 102 depende de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia. Gabriel Lerner, a cargo del área, considera que no debemos perder de vista que gran parte de la violencia contra las infancias ocurre en el ámbito del hogar y la familia. “Esto hace difícil que se denuncie. Por esto se carece de datos certeros que den cuenta de la magnitud del problema. Por eso, resaltamos que es necesario que desde el mundo adulto escuchemos activamente a niñas y niños”, consideró.
A los efectos físicos de un golpe, una cachetada o un zamarreo -por citar, apenas, algunos ejemplos- se les suman, por supuesto, los psicológicos. Para la psicóloga especialista en crianza Maritchu Seitún, este tipo de violencia afecta enormemente la seguridad de quienes la padecen en materia de vínculos. “Las personas en las que confía, que se supone lo aman y cuidan y a las que ama, son justamente las que lo agreden con violencia. Eso confunde y dificulta la configuración de su identidad. Si tratara de apartarse de ese daño, se quedaría solo y, si no, se ve forzado a someterse”, explica Seitun.
Como si fuera una marca que no pueden quitarse, quienes son víctimas de estas violencias terminan, con el tiempo, naturalizándolas. Frases del tipo: “A mí me pegaban y tan mal no salí”, muy usuales para justificar los golpes, dan prueba de eso. “Lo grave es que, al naturalizarla, la violencia se eterniza. Cuando crecen, quienes la padecieron pueden ejercerla activamente con sus seres queridos o someterse a la violencia de otros”, agrega Seitún.
En el caso de Fabián, su mujer también fue víctima de sus raptos de ira. Hace un año, después de una discusión en la que no faltaron los zamarreos y empujones de él hacia ella, la mujer habló con la maestra de uno de sus hijos. Y el tema llegó a la Justicia. Entonces este hombre de 39 años, que se dedica al rubro de la gastronomía y vive en Flores, fue derivado a uno de los talleres de “Vínculos saludables y crianza responsable” que lleva adelante el Ministerio Público Tutelar porteño.
El espacio nació en septiembre de 2021 y por él han pasado unas 180 personas, principalmente padres y madres, responsables de la crianza de unos 500 chicos y chicas, que ejercieron algún tipo de violencia sobre ellos. El 58% de los asistentes reconoce haber padecido violencia durante su niñez.
Los asistentes llegan derivados por la Justicia o por el Consejo de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes. “No se trata de bajarles línea. No queremos ser una escuelita de padres. Lo que buscamos a lo largo de ocho encuentros es dotarlos de herramientas para que puedan desaprender conductas. Que puedan poner en común lo que les dolía a ellos durante su infancia o adolescencia para que no les transmitan a sus hijos esas formas de crianza”, explica Molina, coordinadora del programa.
El maltrato físico es la forma de violencia por la que más asisten al taller (32%). Le sigue el hostigamiento y otras formas de violencia psicológica (31%), las actitudes negligentes como no mandarlos a la escuela o realizarles los controles de salud (7%), las amenazas (7%) y ciertas actividades ilícitas, como la venta de drogas frente a los chicos (1%).
Una vez que finalizan los encuentros, el equipo interdisciplinario que encabeza cada taller eleva un informe sobre el compromiso y la asistencia de cada asistente. Además, en caso de pedirlo, pueden continuar con algún seguimiento psicológico en algún centro de salud público.
Fabián dice haberse llevado mucho de esos encuentros: “Aprendí a darle un lugar a cada sentimiento y entendí que mis hijos tienen derecho a vivir en un entorno sin violencia. Ahora me estoy esforzando todos los días por ser un mejor papá. Si van a heredar algo de mí, no quiero que sea la violencia”.
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