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InicioSalieron del Borda, no se conocían y decidieron vivir bajo el mismo techo: “No es un trauma contarlo”

Salieron del Borda, no se conocían y decidieron vivir bajo el mismo techo: “No es un trauma contarlo”

Clarín, 28 de octubre de 2024

Salir del Borda no es tarea sencilla. Hay una fuerte carga de prejuicio y estigma para quien se vuelve a carear con la sociedad, que puede ser hostil e indiferente. A veces hasta las familias miran para otro lado a la hora de darles un techo al pariente que se perdió en la enfermedad, ni hablar de los ex empleadores, que no acusan recibo de los pedidos de ayuda. Sin embargo, la vida para Diego y Martín, ex internos del Borda, no parece ser inhóspita ni en soledad. Tampoco se sienten desamparados.

Diego Federico Reist (50) recibe a Clarín en su amplio departamento del barrio de Constitución, que recibió producto de una herencia familiar. Cuenta que es muy lector, que estudió filosofía, que hizo cursos de todo tipo y que es muy hábil con los números, virtud que despliega en la charla con este diario.

Trabajó en importantes empresas como Citibank y Telefónica y tiene más de veinticinco años de aportes. "Me escribió Martín, está por llegar en diez minutos". Se trata de su conviviente Martín Emiliano Tissera (33), con quien comparte techo desde el 14 de junio último.

Todo iba relativamente en orden en la vida de Diego, hasta que desbarrancó por un tobogán anímico que desembocó en depresión y ataques de pánico. "Sufrí de agorafobia y además tenía una obesidad que superaba los 150 kilos. Tuve dos infartos, me pusieron dos stents. Hubo un momento en el que yo no daba más, estaba desesperado, no tenía dónde caerme muerto -grafica con tranquilidad y contundencia-. Este lugar que ves aquí -por el living de su casa- era un basural, lleno de ratas y botellas de gaseosas. Yo vivía a pan y a coca, y así estaba".

Cálido anfitrión, Diego ofrece coquitos y unos alfajores que él, por supuesto, no prueba. "Como una vez por día, me cuido mucho, estoy haciendo una dieta que me permitió bajar 42 kilos en ocho meses y estoy muy embalado con el tema del peso, quiero mantener esta conducta", describe mientras manipula su teléfono celular al que observa constantemente.

Se lo nota muy hábil tecnológicamente y cuenta que se baja todo tipo de aplicaciones y no se le escapa una oferta de supermercado. "Un experto en ahorro", se define. Se fija si tiene algún nuevo mensaje de Martín, parece impaciente. "Está por llegar, viene desde San Isidro, donde está haciendo trabajos de pintura".

A fines de 2021, Diego se encontraba en una situación sin salida, que se magnificó con la muerte de su mamá. En un rapto de lucidez, el 10 de diciembre, se tomó un colectivo desde esta casa sobre la calle Bernardo de Irigoyen y fue directo al Hospital Borda.

"Me atendió una médica de consultorios externos, vio mi estado y mi situación, y me dejó internado. Me explicó cómo sería el tratamiento, qué medicación tomaría y me quedé, no tuve opción. Fue una decisión por voluntad propia, yo decidí ir y pedir ayuda y a mí el Borda me salvó la vida. No llegué a estar ni un año, salí el 13 de octubre de 2022 y volví a esta casa", relata relojeando su celular.

Antes de instalarse, Diego pidió tres préstamos en el Anses para acondicionarla el abandonado departamento.

"Fueron diez meses en el Borda, pero el alta me la dieron cuatro meses antes de que saliera, me sentía bien, pero quería aprovechar para estar aún mejor y poner la casa medianamente vivible. Por favor, te pido una gauchada -solicita respetuoso-, ¿puede ser?: quiero agradecerles especialmente a Carla Gibellino, médica psiquiatra y a Paula Farías, trabajadora social, ambas del Borda. Ellas tienen mucho que ver con mi bienestar".

Se escucha que abren la puerta, llega Martín, y Diego lo abraza fraternalmente. De un primer vistazo se percibe empatía y compatibilidad entre ellos.

Martín se va a preparar unos mates antes de sumarse a la charla con Diego y Clarín. En la mesa también está, a modo de "rueda de auxilio", Luciano Ciccolella, trabajador social del equipo de Salud Mental del Ministerio Público Tutelar, cartera que impulsó este encuentro.

"Nuestra tarea es acompañar a los usuarios (pacientes) y a sus equipos tratantes a pensar desde adentro de los hospitales un afuera posible, y que pueda sostenerse en el tiempo, dado que en muchos casos los usuarios que no cuentan con redes de apoyo y vuelven a internarse al poco tiempo de su egreso", remarca Luciano Ciccolella.

Desde el Ministerio Tutelar se hace hincapié "en lo fundamental que es la articulación (con el Borda) entre sectores y profesionales que intervenimos en la situación de estas personas. El área, atiende un promedio de 600 personas por año y en todos los casos desarrolla estrategias pensadas en función defortalecer la autonomía de las personas usuarias de salud mental".

Vuelve Martín mate en mano. "Estoy un poco cansado, pero bien. Hoy salí a las seis de la mañana, estoy con un trabajo de pintura em zona norte, que me lleva tiempo, pero ando contento porque me permite tener plata, tener independencia", cuenta el joven de gorra blanca y visible crucifijo por sobre la remera. Martín le paga a Diego $150.000 mensuales como parte de un simbólico alquiler y luego comparten todos los gastos que tienen en común.

Entre entradas y salidas transitorias, Martín estuvo diez años internado en el Borda. "Yo estaba en cualquiera, tenía conductas esquizofrénicas, estaba demasiado místico y para colmo tomaba alcohol y medicación. De pronto me iba de mi casa de Sarandí, empezaba a caminar y desaparecía días. Mi mamá ya no sabía.

Se puede consultar la nota aquí.